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sábado, 11 de junio de 2011

Preocupación crónica



Por Juan Gerardo Martínez Borrayo



LOS HUMANOS  somos seres que nos preocupamos constantemente porque tenemos la capacidad de prever el futuro. Nos preguntamos por cómo nos irá el día de mañana en una conferencia que vamos a impartir o qué calificación tendremos en un examen.

Es normal y deseable que nos preocupemos; pero el problema viene con la preocupación crónica, es decir cuando queremos sobre controlar la situación y le damos vueltas una y otra vez al problema haciendo planes y planes sobre cada uno de sus aspectos.

Este patrón de pensamientos sobre estimula nuestra emoción, particularmente el miedo, como se ve en los estudios con resonancia cerebral, llevándonos a un estado de hipervigilancia que incapacita a nuestro cuerpo para enfrentar el estrés y nos volvemos susceptibles a padecer problemas cardiovasculares.

Ansiedad por el control
La preocupación comenzó a ser de interés de los psicólogos hace unos 25 años cuando se comenzó a entender más todo el espectro de patologías ligadas a la ansiedad. El pionero fue Thomas Borkovec quien trabajaba sobre los desórdenes del sueño a principios de los años 80 y se dio cuenta que la actividad cognitiva intrusiva era el factor más común de insomnio.

Para inicios de los 90 desarrolló un cuestionario para medir la preocupación (Meyer y cols., 1990) y tuvo un impacto tan importante, que al hacerse la revisión del manual con el que trabajan los psicólogos sobre las enfermedades mentales se concibió que los desórdenes generalizados del desarrollo deberían de tener como rasgo esencial la excesiva preocupación por el futuro.

Se sabe ahora que entre el 2 y 3 % de la población de los Estados Unidos padece de este trastorno. En México cuarenta y tres por ciento de la población adulta de México sufre de tensión, señala la doctora María Elena Sánchez Azuara, profesora-investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana (2004).

La preocupación incluso puede ser de cosas que raramente pasan, como lo reportó Borkovec en el 95. De hecho, los pacientes reportaron que creían que al pensar constantemente sobre una posible situación negativa podía ayudarles a controlar que el evento no se presentara.

Evidencias en el cerebro
No es de extrañar por lo tanto, que las áreas cerebrales relacionadas con la planeación estén más activadas en las personas que se preocupan mucho, comparadas con lo que no se preocupan tanto; activándose particularmente la corteza frontal izquierda (Hofmann y cols., 2005).

Otras dos áreas del cerebro que se están implicadas en la preocupación excesiva son la ínsula y la amígdala; en ambas se ha visto que hay un incremento de su actividad en las personas que padecen el desorden generalizado de la ansiedad (Schienle y cols., 2009; Nitschke y cols., 2009).


Embotamiento emocional
Lo más curioso del caso es que los preocupones crónicos, suelen controlar sus emociones al grado de llegan a suprimirlas; por ejemplo, Borkovec y Hu en el 90 demostraron que quienes se preocupaban mucho, tenían menos variaciones en su pulso ante la presencia de imágenes espantosas, a pesar de que decían que sí estaban muy asustados.

Esto es malo porque también disminuye nuestra habilidad de responder a las amenazas cuando se presentan, ya que para eso son las emociones; probablemente esto se deba a que se suprime el funcionamiento normal del sistema parasimpático (que tiene que ver con la recuperación del cuerpo después de situaciones muy demandantes) vía un control cognitivo maladaptativo como puede ser cuando rumiamos un pensamiento (Aldao y Nolen, 2010).

Esta situación es la que promueve los problemas cardiacos. Se han revisado multitud de estudios y se ha encontrado que preocuparse crónicamente promueve los problemas cardiovasculares (Brosschot y cols., 2006); particularmente se ha visto que tienen una elevada frecuencia cardiaca cuando están descansando, pero poca variabilidad durante sus periodos de preocupación.

Buscando soluciones
Los tratamientos más socorridos a estas alturas son dos: los medicamentos y la terapia psicológica conocida como cognitivo-conductual.

Las drogas que más se han utilizado son aquellas que modifican el nivel de serotonina para que ayuden a estabilizar los estados de ánimo; también se suelen utilizar ansiolíticos que inhiben un neurotransmisor llamado GABA y que ayuda a disminuir los sentimientos de ansiedad.

Pero los medicamentos no tienen la última palabra ya que no remedian los problemas psicológicos que subyacen al problema. Se ha utilizado la terapia cognitivo conductual porque les enseña a los pacientes a detectar cuando comienzan a preocuparse y les dan técnicas para que revisen sus patrones negativos de pensamientos.

Algunos simples tips que se suelen desprender de este tipo de terapia son los siguientes: identificar cuáles son las preocupaciones productivas e improductivas y aprender a dedicarles solo un tiempo al día a las improductivas; se les enseña a replantear las preocupaciones y a ponerlas en perspectiva; pero sobre todo se les enseña a aprender a aceptar la incertidumbre.

LECTURAS DE LA MENTE
Por Juan Gerardo Martínez Borrayo
Departamento de Neurociencias
Universidad de Guadalajara



Bibliografía

Meyer TJ, Miller ML, Metzger RL, Borkovec TD. Development and validation of the Penn State Worry Questionnaire. Behav Res Ther. 1990;28(6):487-95.

Sánchez, ME. Medición integral del estrés crónico. Revista Mexicana de Ingeniería Biomédica. 2004. VOLUMEN XXV. NUMERO 1. 60-67

Borkovec TD, Roemer L. Perceived functions of worry among generalized anxiety disorder subjects:  distraction from more emotionally distressing topics?
J Behav Ther Exp Psychiatry. 1995 Mar;26(1):25-30

Hofmann SG, Moscovitch DA, Litz BT, Kim HJ, Davis LL, Pizzagalli DA. The worried mind: autonomic and prefrontal activation during worrying. Emotion. 2005 Dec;5(4):464-75

Schienle A, Schäfer A, Pignanelli R, Vaitl D. Worry tendencies predict brain activation during aversive imagery. Neurosci Lett. 2009 Sep 25;461(3):289-92

Nitschke JB, Sarinopoulos I, Oathes DJ, Johnstone T, Whalen PJ, Davidson RJ, Kalin NH. Anticipatory activation in the amygdala and anterior cingulate in generalized anxiety disorder and prediction of treatment response. Am J Psychiatry. 2009 Mar;166(3):302-10

Borkovec TD, Hu S. The effect of worry on cardiovascular response to phobic imagery. Behav Res Ther. 1990;28(1):69-73

Aldao A, Nolen-Hoeksema S. Specificity of cognitive emotion regulation strategies: a transdiagnostic examination. Behav Res Ther. 2010 Oct;48(10):974-83

Brosschot JF, Gerin W, Thayer JF. The perseverative cognition hypothesis: a review of worry, prolonged stress-related physiological activation, and health. J Psychosom Res. 2006 Feb;60(2):113-24.


Comentarios y sugerencias favor de dirigirlos a la redacción de EL OCCIDENTAL, a la siguiente cuenta de correo electrónico: jugemab1@yahoo.com.mx o en http://www.myspace.com/juangerardomartinez donde están muchos de los artículos escritos en esta columna 

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